Crianza de Vinos: El Arte de Innovar sin Perder el Origen
- Carlos Dubarry
- 17 jul
- 5 Min. de lectura

La crianza del vino es uno de los capítulos más fascinantes en la vida de un vino. Más allá de un procedimiento técnico, es una fase en la que cada decisión del enólogo repercute en la identidad final del producto.
En ValueJuices sabemos que hablar de crianza hoy es hablar de exploración, sensibilidad, y también de transformación.
Por eso conversamos con dos referentes de la enología chilena: Alejandro Galaz, Enólogo Jefe de Viña Ventisquero, y Marcelo García, Enólogo Jefe de Viña TerraNoble. Ambos nos ofrecieron una mirada profunda sobre el presente y futuro de la crianza, abordando desde la elección de vasijas hasta el rol del error, el respeto por el terroir y las nuevas demandas del consumidor.
De la barrica al Tellurie:
La crianza como paleta creativa
Durante siglos, la madera ha sido sinónimo de crianza. Pero hoy, enólogos en todo el mundo experimentan con nuevas materialidades: gres, cerámica, ánforas, huevos de concreto y piedra, cada una con aportes únicos al perfil sensorial del vino.
“Hoy día tienes una paleta de colores para pintar tu obra. Cada material aporta algo distinto y es fundamental tener claro qué quieres lograr”, señala Alejandro Galaz.
El vino, como una sinfonía o una pintura, puede componerse desde múltiples fragmentos criados por separado en diferentes vasijas, que luego se ensamblan para expresar equilibrio, carácter y complejidad.
Material | Porosidad | Aporte al vino |
Tinaja de barro | Alta | Frescura, complejidad aromática |
Gres | Baja | Mineralidad, estructura, longevidad |
Cerámica / Ánfora | Moderada | Elegancia, delicadeza, frescura |
Granito (Tellurieí) | Muy baja | Mineralidad pura, homogeneidad, precisión |
Barrica de roble | Moderada | Taninos, aromas terciarios, estructura |
Vasijas que dialogan con el vino (y con el enólogo)
La elección de la vasija no solo responde a criterios técnicos. También es una decisión estética y filosófica. Para Marcelo García, la crianza no debe enmascarar la identidad del vino, sino acompañarla con respeto y precisión: “Yo quiero 100% el respeto de la variedad y el terroir. Muchas veces la madera pequeña o muy tostada termina homologando vinos que deberían ser únicos”.
Galaz profundiza en cómo cada material ofrece respuestas distintas a necesidades concretas:
Fudres de madera: “Me mantienen la tensión en la boca y un vino más frutal y lineal.”
Barricas: “Aportan esa tercera capa de complejidad aromática y degustativa.”
Huevos de concreto: “Con su movimiento constante, dan textura sin necesidad de incorporar tostados”.
La novedad más disruptiva es la vasija de granito Tellurie, que representa una revolución en términos de microoxigenación homogénea, mineralidad pura y durabilidad extrema.
“No sé si uno más uno da tres, pero quiero probar qué pasa si crío uvas de suelo granítico en una ánfora de granito. Esa es la apuesta”, señala García.
El error como camino: Ensayo, observación y sensibilidad
Tanto Galaz como García coinciden en que la crianza es también un laboratorio de prueba y error, donde el aprendizaje surge del ensayo y la sensibilidad se afina con el tiempo.
“El mayor desafío que tiene un enólogo es que tiene infinitas posibilidades de equivocarse. Y yo me he equivocado muchísimo. Pero no hay absolutamente ningún crecimiento que se logre si tú no te equivocas”, afirma Galaz.
En Ventisquero, el concepto de “bodega garage” permite dedicar el 20% de la producción a ensayos: fermentaciones invertidas, nuevas levaduras, vasijas inéditas. “Es un espacio donde podemos permitirnos equivocarnos, y aprender. Muchos vinos del portafolio comercial nacieron ahí”, agrega.
Por su parte, García relata con humildad un error que lo marcó: una vez colocó Pinot Noir filtrado en una tinaja de arcilla. Al mes, el vino había perdido toda expresión. “La microoxigenación se lo comió. Ahí entendí que no puedes improvisar. Cada material necesita años de conocimiento”, advierte.
De la tierra al estanque: Crianza conectada al viñedo
Para ambos entrevistados, la crianza comienza mucho antes de la bodega. Parte con la observación del campo, el entendimiento del suelo y la temporada.
“La crianza empieza en el viñedo. Hay que mirar cómo evolucionan las plantas, cómo responder al clima cambiante. Ya no cosechas la misma semana todos los años. Ahora, hay que recorrer, probar, dialogar con el terreno”, subraya García.
Galaz también enfatiza la conexión entre el viñedo y la vasija. Un ejemplo es el proyecto Tara, que desarrolla vinos en el desierto de Atacama con suelos salinos y calcáreos extremos. “Tuvimos que aprender a regar por 20 horas para lavar la sal. Pero luego entendimos que la sal también era parte del terroir, y que debíamos integrarla, no eliminarla”.
El consumidor: Entre el cambio de gustos y la educación sensorial
La evolución en la crianza responde también a una transformación en el gusto del consumidor. Hoy, se buscan vinos con más frescura, menor madera, más jugosidad y acidez natural.
“El consumidor ya no quiere tanto café o chocolate en nariz. Busca vinos más verticales, más fáciles de beber, sin perder complejidad”, explica García.
Sin embargo, el cambio no ha sido inmediato. “Los vinos evolucionaron antes que el consumidor. Hubo una brecha. Pero ahora el consumidor está aprendiendo a identificar la fruta, el terroir, lo auténtico”, agrega.
En este sentido, la educación sensorial es clave. Galaz lo ve como una responsabilidad de los enólogos: “Podemos ayudar al consumidor a valorar un vino sin barrica, o una crianza alternativa. No todo tiene que tener 18 meses de madera para ser bueno”.
¿Y el futuro? Crianza con identidad, sostenibilidad y valentía
Las nuevas formas de crianza no son solo una moda. Son una apuesta por vinos más sostenibles, expresivos y singulares.
Sostenibilidad: materiales como gres, cerámica o granito tienen menor impacto ambiental y mayor durabilidad.
Autenticidad: permiten expresar mejor el carácter de la fruta y el origen.
Versatilidad: sirven para blancos, rosados, tintos, y estilos naturales o de guarda prolongada.
“Uno tiene que ser consistente. Si dices que quieres fruta y mineralidad, no puedes usar barricas tostadas chicas. Hay que atreverse, sí, pero también hay que saber por qué lo estás haciendo”, afirma García.
Galaz lo resume con una visión inspiradora: “El vino es como una obra de arte: cada decisión, cada material, cada error y cada acierto se integran en la sinfonía que finalmente llega a la copa”.
Atreverse a crear, sin olvidar de dónde venimos
La crianza del vino ya no es solo cuestión de tiempo y madera. Es un proceso donde tradición, ciencia, sensibilidad y error dialogan en cada decisión. Es también una oportunidad para repensar lo que queremos transmitir con nuestros vinos y cómo lo construimos.
Desde las tinajas de barro hasta el granito pulido de una Tellurie, lo que está en juego no es solo el perfil sensorial del vino, sino la manera en que cada bodega interpreta su origen y su tiempo. Se trata de crear con autenticidad, aprender del camino, y compartir el conocimiento.
Los testimonios de Alejandro y Marcelo nos recuerdan que la crianza también es una actitud: apertura para experimentar, humildad para reconocer errores, sensibilidad para escuchar la fruta, y visión para leer lo que viene.
En un contexto desafiante y cambiante, como el climático o el de consumo, fortalecer esta mirada diversa y consciente sobre la crianza puede ser una de las claves para proyectar una industria del vino más sólida, creativa y conectada con su entorno.
Fomentar esta conversación - entre enólogos, viticultores, productores, técnicos y consumidores - es parte de construir una cultura vitivinícola que valore tanto la tradición como la innovación, que abrace la diversidad y que mire con esperanza el futuro.
Porque si hay algo que comparten todas las grandes crianzas, es que no se hacen en soledad.
Salud!
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